Mamá on line / Núria Burguillos


No teníamos qué llevarnos a la boca, no tuve elección. Recién nacida la nena, mi marido se fue, no volvimos a saber de él. Dejé a mi bebita de seis meses al cuidado de mi mamá y me vine para acá; siempre con la intención de volver y traerla conmigo.

De eso hace ocho años y aún vivo de manera provisional. Nunca he conseguido trabajo estable, ni contrato, no tengo papeles, y no he levantado cabeza. Por no conseguir, no tengo ni habitación propia, y con lo que gano no me llega para ahorrar. Otros compatriotas del género masculino dicen que ganan más por hacer el mismo trabajo. Pero de las mamás como yo los patrones se aprovechan porque saben que estamos atrapadas por un cordón umbilical.

Con mi salario me llega para comer y comprar algo de ropa, el resto es todo para ellas. Yo quiero que mi nena tenga una vida mejor y por eso me levanto todos los días a las cinco de la mañana, hago la faena de tres casas y duermo en alguna de ellas. Mi horario es de lunes a sábado; los domingos libro. Deambulo por la ciudad hasta que llegan las tres y me acerco al locutorio para conectarme.

Ella siempre me espera al otro lado. En la distancia, la ayudo a hacer las tareas de la escuela. Me gusta compartir esos momentos difíciles con mi hija; la pobrecita no puede contar para eso con mi mamá. La nena siempre me dice: "¿Mami, cuando vienes?", y yo todavía no he podido contestarle: "Pronto, mi hijita, mañana, o la semana próxima, o dentro de un mes".

A pesar de todo, mi bebita sabe perfectamente quién soy. Pero necesitamos abrazarnos, besarnos, olernos, disfrutar una de la otra como la gran mayoría de las madres y las hijas del mundo. Desde mi país jamás imaginé que España estuviera tan lejos y que nos lo pusiera tan difícil. De haberlo sabido, no hubiera cruzado el charco jamás.

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