Escogemos
al azar, entre tantas, una mujer aparentemente frágil. Menuda, con rostro y voz
afable. Campesina de nacimiento y, según dice muy a menudo, labradora de
vocación. Inteligente y orgullosa de ser quién es y cómo es.
Cuando
se casa lleva además de la ropa una hoz, una azada, un cerdo y los kilos de
maíz necesarios para cebarlo. Lleva también mucha paciencia y toda la sabiduría
que ha podido transmitirle su madre, su padre estaba emigrado, y la escuela
rural.
Ella no cruza el mar pero también se va a otro
lugar, deja su casa, su aldea acompañando a aquel que se enamora oyéndola
cantar. Aprende enseguida un nuevo oficio, como antes a labrar, coser, cocinar.
Desempeñando siempre su trabajo con dignidad y buen hacer, con la fuerza que le
da el coraje.
Es madre seis veces, mamá de cada vez. Lleva en
la mirada la tristeza de no poder ver crecer a su niña, la primera que vio
nacer.
Su canto, que acompaña todas las tareas, y su
rostro, curtido por el tiempo, nos hablan de tantas y tantas veces que apagó su
llanto.
Viuda de un buen hombre, en eso la fortuna sí
la acompañó, que siempre la respetó valorando con admiración todo lo que hacía.
Esta mujer dice que siempre hay que estar
activa, si no te mueves es la muerte.
Yo opino igual. Si no nos movemos por nuestros derechos, por darnos a respectar y valorar lo que hacemos, nadie lo hará. Si no hacemos que nos vean permaneceremos invisibles y eso es como no estar, algo parecido a la muerte.
Yo opino igual. Si no nos movemos por nuestros derechos, por darnos a respectar y valorar lo que hacemos, nadie lo hará. Si no hacemos que nos vean permaneceremos invisibles y eso es como no estar, algo parecido a la muerte.
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