Mis tías las Espinosa - por Netty del Valle

MIS TÍAS LAS ESPINOSA
¡Qué sofoco el que pasé cuando fui a visitar a la ciudad a mis tías las Espinosa, y me dieron ganas de cagar y para rematar, en casa ajena. ..
De un recóndito lugar selvático aterrizo en el pueblo de mis antepasados. No sabía cuáles eran las nuevas reglas de urbanidad porque mi discurrir fue en plena libertad disfrutando de la naturaleza y, hablando como Fausto y San Francisco de Asís con los animales, mis únicos amigos. Ellos no me exigían poner en práctica la urbanidad de Carreño ni manuales de la buena educación porque éramos salvajes y, entre iguales, nos entendíamos...
Me podía sentar sobre la tierra para jugar con lombrices y pequeñas tortugas poniendo las patas como me diera la gana: una descansando en el Polo Norte y la otra en el Polo Sur. Por supuesto la línea ecuatorial me la miraba todo el mundo y nadie se espantaba. No me la señalaban con el acusador índice de la mano derecha, ni chismoseaban, ni tenían malos pensamientos con ella ni mucho menos me la encasillaban en tallas S, M, L y XL. Me sacaba los mocos de mi atiborrada nariz con los dedos y luego lanzaba las pelotitas por el aire. Igual hablaba con la boca llena y todos me entendían; me limpiaba los labios con la manga de la blusa porque no conocía las servilletas. En fin, nadie se hacía cruces por mi comportamiento.
Es que una cosa es el comportamiento en la selva y otra en el pueblo y, peor aún , si tu familia pertenece a la higth society y tú no tienes idea qué es eso. El status social de la familia le exigía a mis padres que me metieran en cintura (obligar a alguien a comportarse como es debido) y me cortaron las alas y hasta el pico y borrón y cuenta nueva. Y muchachita mal educada, aprenda que aquí en este lugar la cosa es a otro precio. Cuidado no saluda, cuidado al sentarse: recuerde que debe sacarse las bragas del culo y, además, debe cerrar las piernas. Esta última recomendación sí que me quedó bien clara porque solo volví las volví a abrir cuando me casé. Cuando me divorcié, las volví a cerrar y, nunca más, las he abierto…
Mi visita a las tías Espinosa:
Apenas tenía como 15 años y debía ir a la capital en compañía de una tía contemporánea, a hacer una diligencia donde mis tías de apellido Espinosa hermanas de mi abuelita materna. Me habían vendido la idea de que mis tías eran dedo parado y almidonado (mega high society), jodidas, refinadas y hasta de mejor familia .Así que debía tener mucho cuidado redoblando las buenas maneras con un impecable comportamiento. Que ni se me ocurriera salir con una nota en falso que pusiera en evidencia a mis padres y ellas pudieran exclamar horrorizadas:
—« ¡Cómo tienen de mal educada a esa niña; claro, viven en el pueblo!»
Han pasado casi cincuenta y cinco años y todavía tengo presente los cuidados que debía tener: cuidado se mueve de la silla donde está sentada; cuidado pide agua, cuidado se entromete en la conversación de los mayores, y ojo, mucho ojo, ¡cuidadito se le ocurre ir al baño…!
Recuerdo que ese día, una de mis tías las Espinosa nos llevaron hasta la sala, en una bandeja de plata martillada adornada con un mantelito bordado en crochet, unas galletitas de chocolate con doble crema y, en un alto vaso de vidrio un refresco que me supo a diablo molido. La bebida tenía el mismo color del que me puse minutos más tarde, cuando me cayeron esas galletas al estómago y se armó la de Troya cuando los jugos gástricos comenzaron el combate de rebatirse entre ellos, la mejor porción y se me revolvieron las tripas con todo su cagamento…
¿Cómo podía prestar un baño? Las reglas de buena educación establecían que ya yo debía haber cagado en mi casa antes de salir a la calle. Para la época, no se toleraba cagar en casa ajena porque hasta era pecado mortal y, fácilmente, te podías condenar si no lo confesabas en la misa del próximo domingo.
Mi tabla de salvación fue un vestido de rayas que tenía en la parte delantera dos enormes bolsillos, tan grandes como el susto que me embargó.
—Tías, ¿me pueden hacer el favor de prestarme el baño?
¡Qué alivio cuando desocupo mis intestinos y veo flotar en el retrete tres nutridos mojones de concurso. Cuando intento, muy educada,despedirme de ellos tirando la palanca, el fatídico y ronco glug , glug ,glug, me deja paralizada. No había agua y el inodoro estaba dañado.
¡Trágame tierra con todo y mierda!
Sudé, tragué saliva ,pensaba, me rascaba la cabeza ,me dio depresión, desesperación, malestar, ansiedad,intranquilidad,acaloramiento,enfriamento,palpitaciones, sed, inapetencia ,anhelos de una Coca cola y limonada con cubitos de hielo ,paños de agua fría.
Auxiliooooo ¡Oh vida de mierda resultante de unas ganas de cagar!
—¿Qué hago, qué hago?
Como que alguien de la casa tenía la costumbre de ir al baño con un periódico que fue también parte de mi tabla de salvación. Con mi mano derecha temblando como una gelatina y mis dedos pálidos del susto, amorosamente los escurrí, los envolví en el periódico ,hice dos bonitos paquetes, me los metí en los bolsillos del vestido que llevaba puesto ese día y besitos tías ,gracias y adiós…
Pasaron 30 años y un día estando en la Sierra Nevada de Santa Martha mirando a los lejos el infinito, se me atravesaron estos versus brutus que titulé:
¡VAYA TIAS!
Visitar tías con espinas
antes era seria cosa,
de esto da una fe muy digna
Netty, con las Espinosa.
Por asuntos del destino
A las tías fui a visitar
Y me exigió el intestino
Que pronto fuese a cagar…
Tan educadas eran las tías
Que no podía prestar un baño.
Más resistir no podía,
Pues podía causarme un daño.
Como pude me escurrí
Y pronto eché una cagada
Pero después advertí:
¡La llave estaba dañada!
¿Cómo ocultaba esa mierda?
Ya por el culo no entraba
O la echaba en la trastienda
O si no… ¡me la tragaba!
Solo tuve un recursillo
Y juro sobre unos cojones
Que me metí en el bolsillo
Mis tres robustos mojones.
Y aunque muchos años ya
Hace de ello en estos días
Donde parientes no voy
Ni he vuelto a visitar más tías…

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