Milagros y margaritas / Laura Valdez


Todos aman a Margarita ¿y cómo no hacerlo? Ella es una dulce y abnegada mujer que ha dedicado su vida entera a ayudar al prójimo.

Hace muchos años, cuando en mi país los niños no comían todos los días, los viejos se morían de hambre y las niñas preñadas eran objeto de escarnio, Margarita fundó Los Piletones. Los ricos, entonces, pudieron descansar sus conciencias en ese plato de comida caliente que los eternos olvidados recibían cada día.

Los desamparados, entonces, encontraron un lugar en el que matar el hambre que los mataba. Llegaban allí con sus panzas rugientes, sus labios quebrados y sus ojos llorosos y, poco después, partían con su avidez saciada.

Margarita no claudicó nunca en su lucha contra el hambre; pero sigue existiendo. Los niños, con sus pancitas vacías, recorren las calles de la ciudad de Buenos Aires buscando un lugar al que pertenecer. La sociedad, egoísta  e indiferente, los acusa de su pobreza. Los viejos, enfermos y cansados, esperan la llegada del final. Las niñas, con sus pancitas llenas de niños y siempre hambreadas, desconocen su destino.

Margarita desespera, pide ayuda, suplica y baja la cabeza para seguir revolviendo el guiso diario que recibirán los eternos olvidados.

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Hoy, pocos se animan a decir que aman a Milagro, ¿y cómo hacerlo? La prensa dominante, los grupos de poder, los que no saben de carencias y siempre odian la han convertido en un monstruo.

Es que Milagro no es humilde, es una india orgullosa y luchadora que ha guerreado cuerpo a cuerpo con la pobreza, el desamparo y la exclusión y les ha ganado. La odian, porque la Túpac Amaru, su organización, lucha contra un sistema político clientelista y apela al fin de la marginalidad. La odian, porque su cantri alberga a miles de desamparados que, por primera vez en generaciones, pueden nadar en piletas de natación, acceder a múltiples deportes, ir a la escuela y llegar a las universidades. La odian, porque Milagro decidió no competir con el Estado, sino ocupar los espacios en los que este falla, o a los que ignora.

Milagro fue una chica de la calle, consumió drogas, robó y estuvo presa. Tocó fondo y, desde allí, solo pudo escalar. Cuando comenzó su lucha, vivió con más de treinta niños en su precaria vivienda, les daba de comer y los ayudaba a dejar el “choreo”, las drogas y la miseria. La india fue un milagro para las clases más pobres y desamparadas del Jujuy.

Cuando, a partir de 2003, el Estado recordó sus funciones decidió incorporar estos movimientos sociales en su agenda. La Túpac Amaru siguió creciendo, los marginados de siempre encontraron un lugar en el mundo y Milagro siguió luchando. Cuando, en 2015, el Estado volvió a olvidar el para qué de su existencia, el odio tomó el poder y, antes de que el pueblo saliera de su estupor, acusó a la india de chorra, narcotraficante y asesina. Sin que mediara un juicio justo Milagro fue encarcelada y privada de todos los derechos que nos protegen como sociedad.

Milagro es nuestra primera presa política en Democracia, y eso da vergüenza.

“Nos están desmembrando, como a Túpac Amaru” dijo hace unos días; y las heridas que la quebrantan enorgullecen a quienes la odian y laceran a quienes la amamos.  

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