Marie / María Elena Aldana


Ubicación: Zona marginal a orilla de los caños de Cartagena de Indias.

Me gustaba contemplar el agua verde oscuro del caño colindando con el patio de mi casa, el barullo de los pericos, insistiendo en permanencias, las hojas secas quemadas por las mañanas y el humo trayendo fragancias.

Mi barrio explotaba de hambrunas y por el caño se atascaban los residuales de los barrios del norte, nuestros gallos no cantaban: kikirikiiiiii, solo: sonsorryyyy.

Para pagar sus deudas, mami me casó a los 16 años con el tendero, quien vendía, más que todo, aceites esenciales con recetas muy sugestivas "para la búsqueda de un sentido", "los gestos revelan su personalidad" y, mi preferido, "cómo matar a su marido" que no servía para un culo, pues se lo había aplicado en alguna de sus diarias borracheras, cuando invitaba a sus amigos a mi cama para su festín cotidiano de meter en mí sus frustraciones. Sin embargo, a pesar de rociarlo de aceite, amaneció mejor que nunca y me baño con jabón antibacterial, supongo que era su forma de limpiarme el sudor de sus compadres.

Decidí, con la primera violación, dejar morir mi parte sur. Devorando superficies, me invadía una tremenda sensación de hastío e impotencia, mientras entre todos ellos costeaban mis estudios universitarios, turnándose para llevarme y traerme y así evitar que hablase con nadie.

Yo inventé otros aceites: "la guerra es puta y fea" para evitar peleas en el barrio; "la paz cojea y nunca llega" para no ser muy optimistas; "recetas para crear bonsáis" para calmar el hambre.

Aprendí con un vecino, a quien le pagaba con mi parte sur, a manejar toda clase de armas y me consiguió una 22 y una 9 milímetros.

Un sábado, como otro cualquiera, ya que me abusaron todos esperé quw se durmieran y les disparé uno a uno en su cabeza…

Cerebritos por todas partes….

Yo me disparé en una pierna. Y como matar y robar sucedía a diario, la poli, pues se creyó eso y duré solo tres días en el hospital, no tuve que ir a los putos entierros.
Amanecí resucitada el tercer día dueña de la casa y de la tienda, alegóricamente, desayuné salchichones en rodajas, mientras mis gallos eran los únicos que amanecieron cantando: kikirikiiiii.

 Y yo me experimentaba con mi sur vivo y olorosa a sándalo, que huele dependiendo de las circunstancias, alegre como los vitrales del Miguel Ángel.

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