Los príncipes del irupé / Liliana Ebner

Érase una vez una inmensa laguna. Sus aguas eran claras, su lecho de piedras coloridas y de verdes algas que danzaban como si de bailarinas se tratara.
Era una serena laguna, cálida, protegida por frondosa vegetación y salpicada por enormes hojas de irupé, que como enormes bandejas, servían de vivienda a los batracios que la poblaban.
En el centro se alzaba la más hermosa y verde, de gran tamaño, con flores muy blancas que le daban el aspecto de un radiante palacio. Allí vivía el sapo Rey y su hijo, el príncipe Agustín.
A pocas brazadas del lugar, una hoja más pequeña, sin flores y con muchas goteras, servía de habitación a varias ranitas huérfanas, entre ellas María, la mayor, de hermosos y saltones ojos y una piel verde esmeralda reluciente.
Esta ranita trabajaba en la casa del Rey. Limpiaba y ordenaba lo que los dos batracios dejaban desparramado. Ninguno de los monarcas le dirigía la palabra, ni la miraban. María, a escondidas, se llenaba sus lindos ojos contemplando la belleza atlética del Príncipe. Lo miraba arrojarse a las tranquilas aguas con saltos olímpicos y nadar con elegancia y destreza. Suspiraba de amor, aunque sabía que era un amor imposible.
—¿Cómo se te ocurre pensar que se fijará en ti? —le decían sus hermanas.
—¿No te das cuenta que eres pobre y él es el amo y señor de la laguna?
Pero María, en las noches de luna, sentada en la derruída puertita de su humilde casa, soñaba.
Cerraba los ojos y se veía vestida de blanco, con una corona de flores de irupé sobre su cabeza, del brazo de su Príncipe, saltando sobre el plateado camino que la luna dibujaba sobre las aguas. Sentía que al llegar donde la esfera plateada y el lago se fundían, se daban un gran beso y se juraban amor eterno.
Las otras ranitas la sacaban de su ensoñación y se reían de ella. Entonces, la dulce María, croando tristemente, se recostaba sobre su viejo lecho de hojas secas.
Un día, mientras observaba detrás de unos juncos cómo su amado disfrutaba de un placentero baño bajo los rayos de un dorado sol, vio que no salía a la superficie. Apenas asomaba la cabeza y volvía a sumergirse.
La ranita María intuyó el peligro y sin dudarlo se arrojó al agua. Ella no nadaba muy bien, pues una de sus patitas había sufrido un accidente al caerse de una escalera, mientras limpiaba los vidrios del palacio. Pero nada le importó, solo quería salvar a su amor.
Nadó con desesperación y al llegar al lugar vio que el Príncipe estaba enredado entre las algas. Su cuerpo casi no se movía y sus ojos estaban semi cerrados. La frágil María juntó fuerzas y con su lengua cortó las algas que tenían preso al Príncipe. Lo tomó de un brazo y logró sacar su cabeza fuera del agua. El esfuerzo de la ranita era sobrehumano. Las lágrimas brotaban de sus ojos, lágrimas de dolor, de miedo, al ver que no podía llegar a la orilla. Otras ranitas vinieron en su ayuda y juntas depositaron a Agustín sobre la arena.
María, con decisión, le dio al Príncipe su último aliento antes de caer desmayada.
Agustín reaccionó y se asombró al encontrarse rodeado de tantas ranitas que nunca había visto. Estas le contaron el suceso, entonces reparó en María que yacía junto a él sobre la arena.
Le acarició con ternura el rostro y depositó sobre su frente un beso, mientras croaba con todas sus fuerzas.
María comenzó a abrir los ojos y su corazón latió fuertemente al ver a su amor, croando a su alrededor. El príncipe agradecido le tomó las manos y volvió a besar su frente.
En ese instante, todo se oscureció y un brillante relámpago surcó el cielo. Se hizo la noche por unos instantes y cuando reapareció el sol, el sapo y la ranita se habían convertido en un apuesto Príncipe y en una bella Princesa.
Los batracios habitantes de la laguna, nunca olvidarán la fiesta, las ranitas llevaban la cola del vestido nupcial y los sapos formaban un coro angelical.
Esta es la historia de la ranita María y del sapito Agustín que hoy viven felices en un palacio de cristal, sobre un gran lago, rodeados de hermosas flores de irupé, donde todas las noches, sapos y ranas les dan una alegre serenata.

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