La escalera / Almudena Villalba Organero


Había sido una etapa de actividad frenética, así que era lógico que no notara su desaparición hasta aquel funesto día en que la vi de aquella manera: el pecho inerte, la mandíbula desencajada, la piel fría y pálida, entonces no tuve ninguna duda de que nunca regresaría.
Seria deshonesto por mi parte no reconocer que al principio sentí un gran alivio. Era la más pesada e insistente, aprovechaba cualquier ocasión para espetarme humillantes frases que no hacían  más que menoscabar  mí  mermada autoestima. Conforme fueron pasando los días, mi mente no dejaba de evocar aquella terrible imagen de Rita. No es que me impactara ver un cadáver, lo que no me dejaba conciliar el sueño, era el rumor incesante de una pregunta que martilleaba en mi cabeza: ¿Qué habría presenciado instantes antes de su muerte para dibujarle aquella expresión de pánico en el rostro?
Creía que había sido la conciencia ante su propio final o quizá descubrir a su verdugo minutos antes de su propia desgracia. Era evidente que no había muerto de causas naturales y así lo constataba la sangre desparramada por el salón y las paredes, el hedor a orín y los objetos desperdigados por el suelo. Allí hubo un forcejeo.
Ante mi escasa experiencia, lo primero que se me ocurrió fue eliminar sospechosos. Tarea difícil aquélla ya que todos ellos eran tan intangibles como la propia muerte y  tan huidizos e im
previsibles, que sería  imposible ceñirse a un plan preconcebido. No habría más remedio que esperar a que aparecieran de manera espontánea y que se fueran desarrollando los acontecimientos. Mientras, me entretuve en repasar uno a uno la lista de los posibles asesinos y sus rasgos de personalidad. 
No tuve que esperar mucho porque antes de lo previsto apareció Álvaro:
—Vaya, ya estás perdiendo el tiempo, como de costumbre. En vez de dedicarte a lo realmente importante estás en la inopia. Seguro que no has cogido un solo libro hoy. —¿Qué tal Álvaro? me alegro mucho de que hayas venido —fui directamente al grano, no quería que desapareciera—. Voy a hacerte una serie de preguntas relacionadas con Rita. —¿Rita? ¿Qué pasa con esa petarda? ¿Por qué me preguntas por ella? hace tiempo que no tengo noticias y  la verdad es que no me interesa... —Claro… no puedes saber nada de ella porque ha muerto. —¿Muerta?... ¿Cómo es posible? y lo dices así, tan tranquilo. Tío tienes un cuajo... —Creo que la han asesinado ¿Cuándo fue la última vez que la viste?  Te lo pregunto porque yo he tardado mucho tiempo en percatarme de su ausencia y me gustaría contar con un dato más concreto. —La verdad es que soy muy malo para recordar fechas, juraría que un par de meses. Creo... —Perdona que sea tan directo… —No te preocupes...Es verdad que era una tía insoportable pero cuando me chillaba o me insultaba hasta me divertía.
La conversación que mantuve con Álvaro fue más o menos así. No puedo reproducir  con exactitud los diálogos. Solo recuerdo lo verdaderamente importante.
Pedro apareció unos cuantos días después y me confirmó lo que ya sospechaba: estaba enamorado de Rita. Se me ocurrió el manido crimen pasional fruto de un triángulo amoroso. Empecé a atar cabos y a reproducir en mi cabeza situaciones, diálogos, gestos y detalles que pudieran corroborar mi hipótesis. Y encontré indicios, estaba claro que el triángulo lo componían Pedro, Martín y la tristemente desaparecida. Esperé y esperé a Martín con ansiedad: —Martín, ¿estás saliendo con alguien?—. Le pregunté sin más preámbulos temiendo que se marchara. Era el más escurridizo de todos. —¿A qué viene esa pregunta? Sabes que no me gusta hablar de mi vida privada. —Lo sé, pero es importante que me lo digas. —¿Para qué? Paso. —¿Sabes que Rita ya no está entre nosotros? —Pero Rita va y viene… ya lo sabes. —Me temo que esta vez no. Ha sido asesinada. —¿Qué? No es posible, pero ¿Quién?... no puede ser —dijo con un ligero temblor en la voz. Estaba a punto de llorar. —Tranquilo Martín. Tú la amabas ¿verdad?... —Pues claro—. Ahora sí que no pudo contener más tiempo el llanto y se fue con él. Había reconocido sinceridad en sus palabras. No tuve dudas sobre su inocencia. —Definitivamente has perdido el juicio Iván. —De repente sin previo aviso Marina irrumpió en la conversación— ¿Cómo se te puede pasar por la cabeza pensar que Martín es capaz de hacer daño a alguien? No mataría ni a una mosca. —¿Desde cuándo tienes la costumbre de entrometerte en las charlas ajenas? Claro que no me extraña... con la cara que tienes. Siempre tan inoportuna.
—Y tú tan amargado. ¿Se puede saber qué te pasa ahora? —Me pasa que creo que eres una maldita asesina y que te has cargado a Rita—. Me salió así, sin pensarlo. Todavía no sé porqué. Pero ella no se inmutó y me contestó con una calma escalofriante. —Te equivocas del todo, majo. Sabes que Rita me gustaba mucho, me reía con sus ocurrencias, nos contábamos todos los secretos y además me consolaba cuando me sentía triste, la tenía por una buena amiga. Por nada del mundo habría querido que se fuera y mucho menos hacerle daño. —Ya, qué vas a decir tú. Seguro que le tenías envidia y por eso te la has cargado. —Vaya estupidez. Piensa, piensa un poco, anda... ¿Se te ha ocurrido pensar que el único que tiene un motivo para asesinarla eres tú mismo? —¿Yo? —contesté, perplejo—. ¿Por qué iba a querer acabar con ella? ¡Estás loca de remate Marina! —No, no lo estoy. Rita era la única de nosotros que te decía la verdad sin tapujos, que te recordaba cada día que te tomaras la medicación, que acudieras a las consultas. Ella te conocía a fondo, sabía de tus debilidades, de tus defectos e incluso de  tus virtudes, si es que tienes alguna. Claro que no sería de extrañar que ella te las viera todas, como buena madre. —¿Madre? Tú estás loca. Mi madre se llamaba Paula y murió hace más de cinco años. —Por favor Iván, siéntate y escucha con atención lo que te voy a contar: Paula era tu madre verdadera. Sí, la de carne y hueso. Efectivamente falleció hace algunos años. Rita solo vivía en tu imaginación. Tu mente crea mujeres a su antojo para luego destruirlas. Aborreces la personalidad autoritaria y dominante de tu madre; por otro lado, añoras su carácter sobreprotector y afectuoso, sin él te sientes desvalido en este mundo  hostil. Cuando te asfixian las haces desaparecer.
Marina me abrió la mente y fui recordando una a una a todas las mujeres con las que había compartido mis últimos años. Lo que me resultó más duro fue reconocer que todas las personas con las que había convivido habían sido fantasmas de mi mente: Pedro, Martín, Álvaro e incluso Marina.
Durante el tiempo que duró el brote no tuve contacto con ninguna de mis «madres» y tampoco aparecerían en el futuro. Me gustaría creer que la muerte de Rita no fue en vano, que sirvió para curar mi locura. Gracias a aquel episodio llevo años tratándome y no he tenido ninguna recaída.
Echo de menos a mis amigos cada día, a todos menos a ella, a ella no... Para reencontrármelos solo tengo que dejar de tomar las pastillas durante una temporada… Pero ella... Ella no quiero que salga. Cada día me digo a mi mismo: no subas la escalera nunca más.

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