El hombre de la Bahía / Lau Valdez


—Zurdo.
—Raro.
—Mal hecho.
—Deforme.
—Siniestro.

Los insultos brotaban de las bocas de los niños y las piedras lo elegían como un blanco perfecto. El joven huía, aterrorizado ante tanto odio. No había lugar en el pueblo al que pudiera ir sin sentirse extraño y rechazado. Hasta que, por fin, la bella niña decidió acabar con todo aquello.
—Desde hoy seremos amigos, nada ni nadie podrá separarnos y siempre, pero siempre, voy a estar a tu lado —le dijo.  La belleza de la niña dejaba sin aliento. La fealdad del bahiano causaba agobio. Juntos fueron imbatibles.
No hubo rincón de la Bahía que no conocieran, no hubo espacio de sus cuerpos que no recorrieran, no hubo secreto de sus almas que no compartieran. Y fueron libres, de esas libertades absolutas que tan pocas veces aparecen en el mundo. Y cuando quisieron correr, corrieron; y cuando quisieron bailar, bailaron; y cuando quisieron volar, volaron.
—Nunca dejes que me encierren, nunca dejes que me atrapen —le suplicaba la bella. Y en esa absoluta libertad, que casi carecía de fisuras, se filtró la maldita enfermedad, la de los libres,
la que carcome y mancha la piel, los huesos, los órganos. Ella le suplicó que nunca la alejara de la Bahía. Y así, primero la devoró el fuego y luego las aguas abrazaron sus  cenizas.
El bahiano mira con tristeza la bahía y sueña con el día en el que vuelvan a ser uno, de nuevo, contra todo y contra todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario