Vacaciones / Alba Eva Gómez Querves


Mariana era tan obediente que todos los días, casi sin que la mandaran, limpiaba el baño tan a fondo que podías verte reflejado en el piso.
Pero hoy tiene planes, quiere ir a la playa con sus amigas del barrio.
Mariana junta todo su equipo de limpieza, utensilios, baldes, cubetas, trapos, escobas, cloro, desodorantes, jabones, detergentes, todo lo acarrea con esfuerzo para su pequeño cuerpecito de catorce años.
—Tampoco te gastes todos los productos Mariana, no te hagas la viva! y no subas las escaleras para limpiar el tragaluz! —le reclamaba su madre, tooodos los días, a lo que la niña daba muy poca importancia y seguía haciendo la labor conforme a su criterio.
Restregó paredes con cepillo y mucho cloro, con fuerza, mirando el reloj de vez en cuando para que no se hiciera tarde para ir a la playa. Lavó la taza con esmero, puso ácido y esperó a que el líquido mezclado con el agua hiciera reacción. Miraba la blanca loza ensimismada, pensando en lo hermosa que estaría la arena fina y tibia, y cómo jugaría futbol con los niños esa tarde, y por qué no, quizás Jaime la pelaría, le haría caso, le sonreiría de un modo diferente al de siempre.
Sentía de vez en cuando las risas escandalosas de su madre y su hermana mayor, que luego del almuerzo se recostaban en los si llones de la sala a ver televisión, y pensaba que prefería estar en ese baño antes que aguantar a esas dos locas.
—Marianaaaaa, ¿terminaste? ¡quiero ir al baño!
Mariana no respondió.
Pasó un buen rato hasta que su madre no aguantó más la urgencia y se levantó para ir a orinar.
Encontró el cuerpecito frágil y pequeño, tirado de bruces en el piso reluciente y perfumado. Un hilo de sangre salía de la nariz de la niña, y de la comisura de los delgados labios.
La mujer la miró perpleja, viendo enseguida que las dos botellas de ácido y cloro estaban completamente vacías, y que aún los vapores mortales de éstos llenaban el aire del lugar.
—Vaya —dijo; ¡nunca había quedado tan limpio!

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