Biografia de ficción / Netty del Valle

Yo, autobiografía real o de ficción

Tendida perezosamente en una de las poltronas blancas del salón y, con su fiel cigarrillo entre los dedos, piensa en que, encarará la autobiografía que debe escribir, alejándose de los convencionalismos que encasillan la imaginación y cercenan el libre pensamiento. Tiene claro que para lograr esto debe mezclar realidades y ficciones para que el lector también se comprometa en la historia y especule qué es lo verdadero y qué lo falso. A lo mejor, lo que cuente aquí es una realidad ajena que no le pertenece. La verdad es que ella siempre ha intentado comprenderse y saber por qué no es lo que ha querido ser...Entiende que los años que le quedan no le alcanzarán para conocerse a fondo, cosa que no le preocupa porque todo es incierto.
Su vida ha sido todo un escenario de dramas, conflictos, deseos insatisfechos, ansiedades y hasta luz en algunos episodios: toda una contradicción.
Así es la protagonista de este relato: una mujer que ha viajado durante setenta y dos años por el sendero de una vida preñada de momentos de alegría y de derrota, especialmente, en el escabroso tema del amor. Este sentimiento llegó prematuramente cuando aún sus senos estaban en formación y su virgen sexo apenas se poblaba de vellos púbicos. No se casó con su primer amor sino con el segundo a quien amó intensamente, con la mala suerte de que jamás fue correspondida. Luchó durante treinta años por derrotar la indiferencia y el desamor de su marido pero, no pudo lograr que el agua amarga del turbio fondo de esta relación, se retirara como las del Mar Rojo, y pudieran pasar juntos a otra orilla más prometedora. De nada sirve el amor cuando el otro rechaza; solo hay una salida y es decir adiós aunque quedes hecha trizas, desmembrada y con una nueva vida por recomponer. Se divorció cuando tenía cincuenta primaveras, jamás se volvió a enamorar, nunca más hizo el amor, dejó de fingir orgasmos y recuperó su virginidad…
Solo estudió hasta el primer grado de secundaria. Como se ennovió a temprana edad, la sacaron del colegio con el fin de prepararla para las faenas del hogar y no contravenir la costumbre de la época. Aprendió a cocinar arroz con coco, a fritar huevos y tajadas de plátano verde. Zurcía los rotos de los calcetines de sus hermanitos, barría el caserón de once habitaciones donde vivía con sus padres, tías, abuelos, primos, tres perros y dos loros que hablaban hasta por las patas porque no tenían codos. En la mitad del traspatio del inmenso caserón, ella se ponía a estudiar y a leer sentada en un taburete , bajo la sombra del árbol de mango que refrescaba el lugar. Muchas veces se quedaba allí dormida y despertaba con la cabeza cagada de pájaros y con un gran mutismo que parecía estar como muerta. Era en esos momentos de mudez y de letargo, cuando su imaginación comenzaba a funcionar y a fabricar sueños e ilusiones que se paseaban por los paraísos artificiales de su juventud: como la de ser algún día, una destacada profesional, una escritora, dueña de un cabaret o cantante de rancheras en la plaza Garibaldi. Ella quería ser reconocida por algo sin que importara a qué se dedicara; solo quería ser recordaba como alguien que pasó por la vida y supo hacer bien hecho lo que le tocó. Todavía, con el poco tiempo que le queda, no se cansa de seguir intentando mejorar todo lo que le falta.
Años más tarde ingresó a la universidad sin llenar los requisitos académicos, uno más de los actos deshonestos que cometería a lo largo de su vida. Un amigo, decano de una universidad de su ciudad, le dio la oportunidad de calentar durante seis semestres, una banca del claustro. Solo tuvo que firmar el libro de matrículas; su gran amigo conocía que ella era una ignorante y no sabía nada pero, la apreciaba tanto, que quiso ayudarla. Llegó hasta allí faltando a la verdad y a la integridad que sus padres se afanaron por enseñarle. No terminó los estudios; quizá la vida le aplicó el refrán “El que mal empieza, mal acaba”. Cuando contó esta anécdota, dijo que tenía la certeza de que alguien muy cercano, la acompañaría a revolcarse en las azufradas pailas del infierno. Ella ha sido una mujer que ha cedido a muchas de las tentaciones del demonio pero, también, ha sido tocada por el Bien y esta mezcla, hecha carne, es la que deambula por este mundo…
Es empírica en todo; no tiene diplomas que colgar a la subida de la escalera ni un currículo para lucir en la contraportada de una novela. Solo tiene la resistencia de la tierra arcillosa que la parió y la vitalidad de la exuberante selva donde jugó junto a sus riachuelos con lombrices, hormigas y tortugas. Disfruta de tonterías como el grito de un boga que sale de pesca por la ciénaga; las contorsiones de los bailadores de cumbia en la Plaza Bolívar; el pregón de los vendedores callejeros que pasan todas las mañanas por la puerta de su casa con sus carretillas repletas de verduras y frutas del trópico; el sonido de un tambor que sube en espiral hasta la ventana de su habitación.
Así ha sido construida su vida: como un verso que se recorta, se alarga, se borra, se cambia, se contorsiona, se retuerce. Unas veces las cosas salieron extraordinariamente bien y otras tremendamente patéticas.

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