Muñeca / Haydée Guzmán

Apagué la luz, ya no había nada para ver, el día había terminado. La imagen estaba impregnada en mis pupilas, por lo que no necesitaba iluminarla para que siguiera presente y,  casi sin quererlo, recayera en la vieja canción infantil:
“Tengo una muñeca vestida de azul, con sus zapatitos y su canesú…”
Hacía mucho tiempo que esa canción había entrado al rincón de mis olvidos, creo que fue cuando, en forma simultánea, mis muñecas dejaron la repisa del cuarto y se encaminaron —por simple consecuencia de mi adultez— hacia el baúl de la abuela. Una especie de junta recuerdos acumulados de generación en generación. Allí, mi madre se ocupaba de que cada integrante de la familia tuviera su espacio: la pipa del abuelo, las fotos de distintos casamientos, su traje de novia, mi primer babero, bolitas de mi hermano, las figuritas del mundial de futbol de no sé qué año, y allí, junto a la historia familiar, fueron a parar en armónica fila mis queridas muñecas. Sin hijos postizos que acunar, mi memoria fue cubriendo la letra de esa canción de cuna tan repetida durante mi niñez. Y de pronto, sin proponérmelo, salió de mi boca.

En una primera instancia fue un canto mecánico, sin sentido. La realidad pasaba de largo del entorno cercano. Mi cabeza llena de preocupaciones no distinguía un cambio en el paisaje. Todo era mi trabajo, mi desarrollo profesional. Mi, mi, mi… el resto podía esperar o no existir. Me daba igual. Qué importancia podía tener entonces el recuerdo de mis muñecas o la letra de una vieja canción, ninguna. ¡Qué equivocada estaba!...

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