Un perro verde / Felipe Grisolía

Apagué la luz del móvil y la volví a encender.

Esto de abrir y cerrar la pantalla del teléfono es una manía que me ayuda a ordenar las ideas y a encontrar las palabras apropiadas para expresarme.

Mi nombre es Francisco Almeida. Soy un pintor solitario que vive en un mundo de colores y, al decir de los estrafalarios amigos que me rodean, un cascarrabias. Al presente, ellos y yo preparamos juntos una exposición que nos lleva con el tiempo pegado a los talones. Pero la culpa de los retrasos no es mía sino suya. No siempre sus humoradas resultan oportunas. Cierto es que, a último momento, he querido presentar un cuadro fuera de programa, pero, aún así, podemos acabar a tiempo. La pintura que digo es una composición inspirada en el escaparate de un viejo anticuario de mi calle. Una obra para pensar. La idea se me ha ocurrido a fuerza de ver, día tras día, la mezcolanza de esa exposición que siempre me ha parecido la quintaesencia del «Cambalache» de Discépolo; un cúmulo de objetos dispares que se asemeja al caos de la vida. A mis amigos les digo, sin embargo, que lo importante es el enorme perro blanco que he pintado de espaldas al espectador, en el centro de la composición. El animal contempla la caótica vidriera como buscándole un sentido. Con esta imagen pretendo conseguir que el conjunto se exprese como una metáfora; una reflexión.

Lamentablemente, las cosas no han salido como las tenía planeadas...

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