AL OTRO LADO, Juana Mora Alés

Sabía que le costaría llegar al otro lado de la montaña. Había oído decir que tras ella se asentaba una tribu en la que las mujeres eran las autoridades. No podía imaginar tal circunstancia; en la suya, las mujeres eran sumisas y obedientes a los hombres. 

Escapar era jugarse la vida, a otras que lo intentaron las lapidaron por putas.  Esa forma de vida era la única que conocía, pero se preguntaba cómo vivirían las mujeres del otro lado. A veces cuando subían a la cima y el viento sopaba del sur, escuchaba sus voces que jadeaban, gritaban, reían y cantaban en lo que parecía una fiesta eterna. Quedaba ensimismada y se dormía deseando estar allí. 

Una mañana decidió cruzar la frontera, el río y la valla que separaba a aquellos dos pueblos. Esperó a que anocheciera, cargó sobre su espalda el saco con la manta, el agua y una hogaza de pan que había sisado en la casa donde servía. A la puesta del sol se encaminó rumbo a la enigmática ciudad que tenía exacerbada su curiosidad.  

Acostumbrada a andar y cargar leña para las chimeneas de su amo se sintió fuerte para intentar la huida. Al amanecer, ya agotada, paró, se secó el sudor y se refrescó con el agua que llevaba en la cantimplora, comió un poco de pan y siguió rumbo a su destino. El cansancio la hizo desfallecer, se quedó dormida entre la maleza, se arropó con la manta y durmió hasta que un hocico la despertó lamiendo su pierna. El susto la hizo saltar y el perro salió huyendo. 

Ante su vista apareció un grupo de mujeres desnudas, robustas y bellas, con largos cabellos atados a la frente por una cinta de colores vistosos. Una de ellas se acercó y le dijo: 
―No temas, estamos aquí alertadas por nuestro vigilante perro. ¿Quieres vivir en nuestro pueblo?  ―Sí ―respondió ella.
―Solo tendrás que tratar a todos por igual aquí los hombres y las mujeres somos lo mismo.  

Ella no entendió como podía ser aquello que le decía la mujer. Se levantó y las siguió, al llegar a la entrada del pueblo los hombres y mujeres les dieron la bienvenida y la instalaron en lo que sería su hogar para siempre.  

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